Cuando la estadounidense Talos Energy, una compañía perforadora de Houston, ganó dos licitaciones en una de las rondas petroleras de 2015 estaba deseando encontrar un gran éxito exploratorio en el recién abierto mercado mexicano. Era la oportunidad perfecta para demostrar de lo que era capaz una pequeña petrolera que buscaba pasar de ser una empresa de servicios a una productora de petróleo. Un paso que muchos se proponen, pero que pocos logran.
Talos Energy pujó por siete áreas, sólo se hizo de dos. Pero eso le fue suficiente.
Lo que encontró fue todavía mejor. En uno de los dos bloques que se adjudicó halló a Zama, el descubrimiento de petróleo en México más grande de las últimas décadas y el primero hallado por las empresas privadas que entraron al mercado con la reforma de 2013. “Tengo que admitir que cuando el gobierno pensó en las reformas energéticas y las empresas que vendrían aquí (a México) y serían los ganadores, no pensó en una empresa de nuestro tamaño”, decía Tim Duncan, uno de los fundadores de la petrolera y el CEO de Talos hasta agosto pasado, en una entrevista con Bloomberg.
El imprevisto llegó un poco después y con ello la apertura de un boquete en la relación de confianza con el gobierno mexicano. El campo Zama se ubicaba muy cerca de una de las áreas propiedad de la estatal Pemex. El activo que descubrió Talos no formaría parte en su totalidad de su portafolio, pero para eso aún faltaba un largo proceso.
La confirmación de un yacimiento compartido llegó al tiempo de que la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador aumentaba su interés porque la estatal aumentara su protagonismo en el mercado de hidrocarburos. En un momento donde los nuevos descubrimientos de petróleo eran escasos, Zama se presentó como una oportunidad que no se repetiría para la petrolera nacional.
La estadounidense Talos y sus socios –que en ese momento eran Harbour Energy y Wintershall Dea– hicieron lo propio y dieron aviso al gobierno mexicano. Un proceso comenzó y de ahí surgieron dos conclusiones. Dos estudios por separado arrojaron resultados distintos: el presentado por la estatal decía que el 50.4% de las reservas de Zama estaban en el territorio de Pemex, la contraparte afirmaba que el 59.6% estaba en la zona adjudicada al consorcio privado.
Los resultados muy poco importaron. Las empresas no lograron ponerse de acuerdo y la Secretaría de Energía, basada en un cuestionado estudio de la Comisión Nacional de Hidrocarburos que concluyó que Pemex era el más capacitado para hacerse cargo del activo basado en variables que sólo la estatal podía cumplir, decidió dar la operación del campo a la petrolera nacional. Talos quería ese puesto. Ser el operador implicaba liderar los esfuerzos operativos para poner en marcha el activo.
Talos, en voz de Duncan, dijo a Bloomberg que el problema había sido el proceso y no el resultado. Para la estadounidense y para analistas del mercado esto marcaba un antecedente sin revés en la forma en que el gobierno mexicano manejaría sus negocios. La estadounidense no estaba satisfecha y entonces envió un aviso de disputa al gobierno mexicano. Se trata de un paso previo a la imposición de un juicio de arbitraje, el último y más grande de los recursos para resolver una diferencia entre inversionistas.
Pero Talos tenía el porcentaje más bajo de participación en el bloque donde se encontraba Zama, algo así como el 16%. Harbour Energy y Wintershall Dea –que desapareció hace poco al ser absorbida por la primera– tenían un porcentaje mayor. Una fuente muy cercana a los procesos, que habló bajo condición de anonimato, dijo que las dos últimas petroleras no respaldaron a la estadounidense, que no querían tener problemas con el gobierno mexicano y que habían decidido aceptar las condiciones para que la inversión siguiera en pie. El plan de Talos, por comenzar el proceso jurídico, se estancó.
Meses después las compañías anunciaron un acuerdo. Talos no se habría quedado con la operación del yacimiento, pero sí con un papel importante dentro de la operación y aportaría capital financiero.
Pero a partir de ahí el interés de Talos por el campo Zama y su actividad en México se ha reducido, dijeron fuentes. La estadounidense dijo a Expansión que “no dará información adicional a lo que ha dicho en los eventos relevantes”. La compañía ha decidido apostar de nueva cuenta por el Golfo de México del lado estadounidense. Hace apenas unas semanas anunció el descubrimiento de un activo de gas y petróleo, el pozo EW 953, y aumentado su participación en otros activos estadounidenses.
A casi una década de la entrada de Talos a México, el panorama es distinto. El consorcio del magnate Carlos Slim ha puesto el ojo en la compañía: se ha hecho de alrededor del 50% de la participación de la filial de la estadounidense en México –y con ello de también la mitad del porcentaje que Talos tiene en Zama– y ha comprado el 23.8% de las acciones globales de la compañía. Grupo Carso es ahora el mayor accionista de la petrolera, por encima de fondos como Blackrock.
El conglomerado de la familia Carso aprovechó la inesperada salida de Duncan a finales de agosto pasado y la caída en el precio de cotización de la compañía para aumentar su apuesta en lo que se ha convertido en un inesperado movimiento de la familia Slim por invertir en el negocio de petróleo y gas, uno que ya tenía en miras desde antes de la reforma, pero que no había podido añadir a su portafolio. Los Slim también han aumentado su participación en la refinería estadounidense PBF Energy en Parsippany, Nueva Jersey.
Zama era en palabras de Duncan la base para que Talos “se desarrollará por décadas” en México. Pero Duncan ha dejado el puesto y la fecha de producción de Zama aún es incierta.
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Fuente de Información: Expansión